Con los ojos por el suelo voy buscando tu mirada, como el calor al invierno, como un lobo a su manada. En la cabeza recuerdos de una atmósfera empapada, el reflejo de tu rostro en la calma acelerada. Poniendo sonido al mundo, intentar seguir un rumbo, disfrutar de la tormenta y en las venas cumbia. Somos bestias atrapadas, entropía acumuluda, un océano de dudas, un camino en la distancia. El olor de los fracasos como quien lo ahoga en un vaso, las ralladas de la vida que mi mente esquiva, o lo intenta al menos, claro. Y las dudas no se aclaran, en un otoño de náufragos el dolor no para. Y los años no perdonan, con los golpes en la cara, demasiadas cicatrices y la vida pasa. Cientos de cuadernos de palabras sin sentido, cuando el corazón se apaga en la lucha del instinto, cuando la pasión se muere, se congela, el fuego no se enciende en la leña de la hoguera. Poniendo sonido al mundo, intentar seguir un rumbo, disfrutar de la tormenta y en las venas cumbia. Yo me quedo con los míos, con sus pájaros y nubes, porque al menos no aceptamos llamar vida a servidumbre. Por cada sonrisa y gesto, por cada acto de afecto, me recuerda que estoy vivo y por eso le echo el resto.
Dieciséis amaneceres y los que hagan falta…